Cuando Dios creó la raza humana, nos dio dominio sobre toda la Creación (Gn 1:28). Las cosas creadas no se nos resistían sino que estaban en perfecta armonía con nosotros. Trabajar la tierra era un placer, no una carga. No teníamos que luchar para proveernos el alimento.

Después de que pecamos, cambiamos y el mundo cambio. Nosotros y el resto de la creación dejamos de estar en armonía. Por primera vez existió eso del mal tiempo, personas enfermas y animales salvajes peligrosos. El trabajo se convirtió en algo pesado, incluso una necesidad, no en una agradable re-creación. Teníamos que sudar para obtener el alimento (Gn 3:19) y luchar para sobrevivir. El suelo fue maldecido por causa nuestra (Gn 3:17). Algunas veces sólo producía cardos y espinas (Gn 3:18), sin importar lo duro que hubiésemos trabajado. Los seres humanos estaban hambrientos o inclusive muriendo de hambre por primera vez.

Entonces Jesús llegó y nos dijo que el Padre nos proveería nuestro "pan de cada día" (Mt 6:11) y ahora podíamos trabajar para Jesús (Col 3:23) y no tanto para el alimento perecedero (Jn 6:27). Jesús es el "Pan de Vida" (Jn 6:35). Él puede multiplicar unos cuantos panes y pescados para alimentar a miles de personas (Mc 8:9). Él puede transformar pan y vino en su Cuerpo y Sangre. Él quitó la maldición del pecado. Jesús es el Señor de toda la Creación.

Rescripto:  †Reverendísimo Joseph R. Binzer, Obispo auxiliar y Vicario general de la Arquidiócesis de Cincinnati, 25 de agosto de 2014

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