¡mi palabra!
"Me hizo bien sufrir la humillación, porque así aprendí tus preceptos" (Salmo 119:71).
El Salmo 119 nos habla de un hombre enamorado de la Palabra de Dios. Su actitud es tan celosa (Sal 119:139) que le toma 176 versos para exaltar todos los aspectos de la Palabra de Dios. ¿Cómo es que llega un cristiano a amar tan profundamente como en el Salmo 119?
Muchas de nosotros no comenzamos por este camino, con esta devoción celosa por las Escrituras. Queremos poder testimoniar: "Antes de estar afligido, estaba descarriado; pero ahora cumplo Tu palabra" (Sal 119:67). Dios nos ha hecho humildes para que nos abramos a Su Palabra. Aunque estamos "muy afligidos" (Sal 119:107), o injustamente oprimidos (Sal 119:78) y en "angustia y opresión" (Sal 119:143), estos sufrimientos palidecen en comparación con la delicia con que ahora degustamos la Palabra de Dios (Sal 119:35). De hecho, pese a nuestros sufrimientos del presente, lo que realmente nos molesta es que otros menosprecien la Palabra de Dios. Lamentamos que "ríos de lágrimas brotaron de mis ojos, porque no se cumple Tu ley" (Sal 119:136).
El Salmo 119 fue escrito en una época cuando las Escrituras no incluían el Nuevo Testamento y antes de que varios libros del Antiguo Testamento hubiesen sido compilados. Incluso, sin conocer el gozo y el consuelo que proporciona Jesús, ¿sería suficiente esta mitad de la Biblia para llenar tu corazón con exuberantes alabanzas? ¿Sería la Palabra de Dios misma tu deleite? Si no, humíllate delante del Señor. Dios declara: "Este es aquel a quien yo apruebo: el hombre humilde y afligido que se estremece ante Mis palabras" (Is 62:2). ¡Cuánto más deberían arder internamente nuestros corazones, hoy día, cuando leemos la Palabra de Dios en su Nuevo Testamento, esplendor del Evangelio! (Lc 24:32).
Oración: Padre, "Mi alegría está en tus preceptos: no me olvidaré de Tu palabra" (Sal 119:16).
Promesa: "Sus nombres están inscritos en el cielo" (Lc 10:20).
Alabanza: San Francisco aceptó voluntariamente la pobreza evangélica, haciendo penitencia por aquellos que no podían o no querían arrepentirse.
Referencia: (Esta enseñanza fue presentada por un miembro del equipo editorial).
Rescripto: †Reverendísimo Joseph R. Binzer, Obispo auxiliar y Vicario general de la Arquidiócesis de Cincinnati, 3 de junio de 2014
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