Elías llamó a Eliseo para hacerse su discípulo mientras Eliseo araba. Esto no es un detalle insignificante. Cuando Jesús llamó a uno de sus discípulos, Él habló del aprendizaje como la puesta de manos de alguien al arado (Lc 9:62). Ser un discípulo parece a la arada. Los discípulos tienen el poder de romper tierra difícil y corazones difíciles en un mundo difícil, endurecido, y que se endurece. Sin la arada de los discípulos, no habrá la mayor parte de una cosecha, no importa cuanta semilla es sembrada y no importa cuánto trabajo es hecho.

Jesús, antes de su ascensión, ordenó que nosotros hiciéramos a discípulos de todas las naciones (Mt 28:19). Este mundo entero tiene que ser arado y luego sembrado y cosechado. Nunca ganaremos el mundo para Cristo hasta que aremos el mundo con Cristo. Por lo tanto, los discípulos de Jesús deben comenzar a arar y seguir arando sin mirar hacia atrás, o ellos son incapaces para el Reino de Dios (Lc 9:62).

La arada es el trabajo intenso con el terreno duro, y el primer campo que debemos arar es el campo de nuestros propios corazones endurecidos. ¡Arrepiéntase y are! ¡Prediga y are! ¡Rece, predique, y al arado! ¡Trabaje, sufra, y al arado! ¡Ame, muera, y al arado! Sea discípulo y haga discípulos; ¡manos a la obra!

Rescripto:  †Reverendísimo Joseph R. Binzer, Obispo auxiliar y Vicario general de la Arquidiócesis de Cincinnati, 1 de marzo de 2013

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