Frente a la noticia de que el Mesías está cerca, las lecturas nos invitan a que "gritemos con jubilo" y a "cantar con gozo" (Sof 3:14). De esta forma nos unimos a nuestro Padre del cielo, quien canta con júbilo por nosotros (Sof 3,17).

Esta alegría no es algo pasajero. El Señor nos pide que vivamos este regocijo continuamente (Fil 4:4). Esto no quiere decir que todo lo que nos pasa debe alegrarnos; más bien que experimentamos la alegría de poder contar con la ayuda de Dios en las circunstancias. Cuando nuestro gozo viene de nuestra confianza en el Señor y no de las cosas que nos pasan, podemos regocijarnos en medio de "de las diversas pruebas que deben sufrir…" (1Pe 1,6). Por la gracia de Dios y por nuestra fe en el Señor, los sufrimientos no nos roban nuestro júbilo. En verdad, cuando enfrentamos las dificultades confiados en la ayuda divina, en cierto modo compartimos en el sufrimiento de Cristo (1Pe 4,13); milagrosamente Jesús completa nuestro júbilo (Jn 15,11). Es el júbilo divino, "es el gozo indecible" (1Pe 1,8), del que María da testimonio (Cfr. Lc 1,47) y el que debe llenar nuestra Navidad. Por lo tanto, "Alégrense siempre en el Señor. Vuelvo a insistir, alégrense" (Fil 4,4).