Dios le dijo al hombre que ganaría el pan con el sudor de su frente (Gn 3:19), trabajando fuerte para sembrar y producir su alimento. Sin embargo, Dios después, misericordiosamente envió a Su Hijo único para alimentarnos con el pan del cielo (Jn 6:32-33ss). En Jesús, el pan de Vida (Jn 6:35), Dios nos ha quitado las pesadas consecuencias de la caída del hombre. Cualquiera que come el pan que Jesús da, nunca tendrá hambre (Jn 6:35) y tendrá vida eterna (Jn 6:51).

Aun con esta maravillosa promesa, la gente en forma rutinaria, falta a misa o se sale de la misa antes de que termine. Sin embargo, la muchedumbre en la lectura del evangelio de hoy, estaba tan atraída al oír a Jesús hablar la palabra de Dios, que no querían irse de Su lado a pesar de estar hambrientos (Mc 8:2). Este era un grupo de gente hambrienta de recibir la palabra de Dios, proclamada por medio de Jesús, que no querían irse a casa. Aunque la muchedumbre había estado con Jesús durante tres días, querían permanecer con Él (Mc 8:2). Usaron el sudor de su frente para permanecer con Jesús en lugar de trabajar por su alimento. Como le gustaría a Jesus esta actitud de hambre espiritual y confianza que multiplicó los panes para que todos comieran hasta quedar satisfechos (Mc 8:6ss).

En Jesús ya no estamos obligados a trabajar por los alimentos. Ahora nuestro trabajo es tener fe en Él (Jn 6:27-29) y utilizar nuestro amoroso sudor para amarlo, servirle y adorarlo. Deseen el Pan de Vida más que el alimento del mundo. Él proveerá para sus necesidades (Fil 4:19).

Rescripto:  †Reverendísimo Joseph R. Binzer, Obispo auxiliar y Vicario general de la Arquidiócesis de Cincinnati, 16 de julio de 2018

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