En esta parte del evangelio de Mateo, Jesús ha estado en una gira de sanación y liberación. Ha levantado a paralizados, sanado a la hemorrágica, levantó a muertos y curó a ciegos (Mt 9:1ss). Finalmente, Jesús expulsó a un demonio de un hombre mudo, y el hombre comenzó a hablar (Mt 9:33). Mateo relata este último milagro para enfatizarlo. "La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos" (Mt 9:37). Son pocos los que anuncian la buena nueva del reino (Mt 9:35). El diablo nos agarra la lengua; así que los que nos circundan, quedan fatigados y abatidos, como ovejas que no tienen pastor (Mt 9:36).

Tenemos que ser liberados; tenemos que alzar la voz por Jesús. Tenemos que entregar nuestras lenguas al Espíritu Santo más que al espíritu maligno. Estamos sumidos en un mutismo selectivo. Podemos hablar de todo bajo el sol, pero cuando se trata de Jesús nos volvemos mudos. Hemos racionalizado esta condición, diciendo que nos cuidamos de no imponer nuestras creencias religiosas a los demás. Pero no estamos hablando de creencias religiosas; hablamos de Jesús. Cuando amamos a alguien, especialmente a Jesús, que es el Amor mismo (1 Jn 4:7, 16), debemos sentirnos libres para declararlo al mundo.

Jesús nos ordena: "No les teman. No hay nada oculto que no deba ser revelado, y nada secreto que no deba ser conocido. Lo que yo les digo en la oscuridad, repítanlo en pleno día; y lo que escuchen al oído, proclámenlo desde lo alto de las casas" (Mt 10:26-27). En el nombre de Jesús, sé liberado de un espíritu mudo.

Rescripto:  †Reverendísimo Joseph R. Binzer, Obispo auxiliar y Vicario general de la Arquidiócesis de Cincinnati, 28 de diciembre de 2017.

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