La familia era todo para los judíos. La línea de sangre era de extrema importancia. Cada línea familiar llevaba un sentido significativo. Los judíos guardaban su genealogía a la memoria y se la recitaban los unos a los otros. Esta transmisión verbal era la norma, ya que la mayoría de la gente no podía leer.

El descenso de Dios a la tierra, no fue un sencillo rescate impersonal, para luego dejarnos. Jesús entró en la vida familiar, en las genealogías, al entrar al círculo de la vida, mostrando así el amor personal de Dios. Jesús cargó con nuestras cargas (Is 53:4; Mt 8:17), nuestra naturaleza humana y aún nuestra estructura familiar.

Así que aquí estamos, viviendo en cuerpos humanos, nacidos en nuestra genealogía, con todos sus miembros, buenos y malos. No se puede elegir el patrimonio familiar. Jesús, sin embargo, ha transformado por completo nuestra genealogía. Ya no podemos culpar a nuestro abuelo, al tío Juan, mamá y papá, o Adán y Eva, por nuestros problemas. Jesús opera en nuestra genealogía, con toda su disfunción. Mire la línea familiar de Jesús: contiene más disfunción que una telenovela, tanto aburrimiento como cualquier otra línea familiar, está llena de personas tanto indescriptibles como pecaminosas. Sin embargo, Jesús ama a Su línea familiar, hasta asegurar que su genealogía aparezca dos veces en la Biblia (Mt 1:1-17; Lc 3:23-38). Él no se avergüenza de ser nuestro Dios (Heb 11:16) ni de ser nuestro pariente. Él nos ama tanto que ha entrado en nuestra familia humana. Abraza tu herencia familiar en Cristo.

Rescripto:  †Reverendísimo Joseph R. Binzer, Obispo auxiliar y Vicario general de la Arquidiócesis de Cincinnati, 1 de junio de 2018

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