Jesús ordenó a un joven: "vende todo lo que tienes y dalo a los pobres" (Mt 19:21). Jesús vino a predicar la Buena Nueva a los pobres (Lc 4:18). Jesús fue pobre (2 Co 8:9), ama a los pobres, y espera que hagamos sacrificios para ellos. En su conversión, Zaqueo demostró saberlo al decir, "Señor, voy a dar la mitad de mis bienes a los pobres" (Lc 19:8). La Iglesia primitiva comprendió el énfasis de Jesús en sacrificarse por los pobres. Unos cristianos daban a los pobres más allá de sus medios, tanto fue así que Pablo tuvo que aconsejarlos: la voluntad de dar, siempre debe medirse con las posibilidades de uno, y no traspasarlas (2 Co 8:12). ¿Cuantas veces se ha visto que nuestros pastores nos hayan devuelto nuestros cheques por haber contribuido en exceso? ¿Es que nosotros somos mejores que los primeros cristianos en guardar presupuesto, o más bien seremos más tacaños que nuestros congéneres del Nuevo Testamento?

Los misioneros, pastores y organizaciones caritativas no cesan de decirnos desesperadamente que necesitan fondos para alcanzar a los necesitados con el Evangelio y para salvar vidas de los hambrientos y enfermos. Y no mienten. ¿Cómo aguantamos a quedarnos de un lado cuando se arriesga la vida de nuestro vecino? (Lev 19:16). "Si alguien vive en la abundancia, y viendo a su hermano en la necesidad, le cierra su corazón, ¿cómo permanecerá en él el amor de Dios?" (1 Jn 3:17)

Rescripto:  †Reverendísimo Joseph R. Binzer, Obispo auxiliar y Vicario general de la Arquidiócesis de Cincinnati, 15 de mayo de 2017.

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