orgullo y elogio
"El que ofrece sacrificios de alabanza me honra de verdad; y al que va por el buen camino le haré gustar la salvación de Dios" (Salmos 50:23).
El Señor nos manda a alabarlo (Sal 50:14); es un sacrificio que debemos ofrecer a Dios (Sal 96:8), al igual que otros sacrificios. Se necesita humildad para alabar a Dios, la humildad de reconocer nuestro pecado delante de Él (Is 1:16ss).
No lo podemos alabar sin reconocer nuestra propia posición humilde delante de Él. Él es todopoderoso y todo misericordioso. Si somos orgullosos, no vamos a ser capaces de alabarlo. En nuestro orgullo, vamos ya sea a elevarnos a nosotros mismos, haciéndonos el juez, o a degradarlo a Él, llevándolo hasta el nivel de un ser insignificante, sin importancia. En este último caso, Le juzgamos indigno de ser alabado; en el primer caso, no nos preocupamos de alabarle, porque juzgamos que el Señor no es más capaz que nosotros de organizar las cosas. Si sentimos que no lo necesitamos a Él, entonces no sentimos que Él es digno de nuestra alabanza.
El orgullo es el enemigo de la alabanza. El Señor ama a un corazón humilde que lo alaba. Humíllate ante los ojos del Señor (Stg 4:10; ver 1 Pe 5:6). ¡Que todo lo que respira alabe al Señor! (Sal 150:6)
Oración: Padre, que nunca prefiera las virtudes de los hombres a la gloria y alabanzas a Dios (Jn 12:43).
Promesa: "Aunque sus pecados sean como la escarlata, se volverán blancos como la nieve" (Is 1:18).
Alabanza: A menudo Joyce solo dice el Nombre, "Jesús, Jesús, Jesús..."
Referencia: (Esta enseñanza fue presentada por un miembro del equipo editorial).
Rescripto: †Reverendísimo Joseph R. Binzer, Obispo auxiliar y Vicario general de la Arquidiócesis de Cincinnati, 30 de noviembre de 2016.
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