Moisés se quedó "en la montaña cuarenta días y cuarenta noches sin comer ni beber", hasta que el Señor le dio los Diez Mandamientos (Dt 9:9-10). Cuando Moisés bajó de la montaña, vio al pueblo adorando al becerro de oro "y las danzas, se enfureció, y arrojando violentamente las tablas que llevaba en sus manos, las hizo añicos al pie de la montaña" (Ex 32:19). Luego, Moisés subió nuevamente a la montaña. "Moisés estuvo allí con el Señor cuarenta días y cuarenta noches, sin comer ni beber. Y escribió sobre las tablas las palabras de la alianza, es decir, los diez Mandamientos" (Ex 34:28).

Un ayuno de cuarenta días, sin comida y sin agua es humanamente imposible. Un ayuno de cuarenta días tras otro ayuno igual es impensable. Moisés, sin embargo, estuvo ochenta días ayunando. Esto muestra no sólo las gracias especiales que el Señor le dio a Moisés de ayunar sino también el amor de Moisés hacia el Señor y su pueblo. ¿Quién ama lo suficiente como para ayunar por la salvación de otros? ¿A quién le importa lo suficiente el ayunar por varios días? ¿Quién ama lo suficiente para ayunar por los que han caído en idolatría y quebrantado su corazón?

San Juan Pablo II enseño: "Jesús mismo nos enseñó con su propio ejemplo que la oración y el ayuno son armas poderosas contra las fuerzas del mal (ver Mt 4:1-11). Él enseño a sus discípulos que algunos demonios solo se expulsan de este modo (ver Mc 9:29). Tengamos, pues, la humildad y valentía de orar y ayunar" (Evangelium Vitae, 100).

Rescripto:  †Reverendísimo Joseph R. Binzer, Obispo auxiliar y Vicario general de la Arquidiócesis de Cincinnati, 10 de febrero de 2015

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