Cuando conocemos a Cristo resucitado personal y profundamente, nuestro amor por Él es más fuerte que el miedo a la muerte (ver Cant 8: 6; 1 Jn 3:16, 4:18). Satanás ya no puede esclavizarnos, controlarnos o paralizarnos por el miedo a la muerte (Heb 2:15). Al igual que Esteban, proclamaremos la verdad con amor (Ef 4:15), aunque eso conlleve el martirio. Al igual que Pablo, vamos a considerar un privilegio (Fil 1:29) compartir "los sufrimientos que es necesario padecer por el evangelio" (2 Tim 1:8) e incluso a arriesgar nuestras vidas todos los días por el amor de Jesús (1 Co 15:31).

Sólo cuando creamos y amemos a Cristo resucitado, podremos dar la vida por Él, por la Iglesia (Ef 5:25) y por nuestros hermanos y hermanas (1 Jn 3:16). Sólo cuando entreguemos nuestras vidas, daremos mucho fruto (Jn 12:24). Sólo cuando amemos lo suficiente como para morir, viviremos y daremos vida al máximo. "Siempre y a todas partes, llevamos en nuestro cuerpo los sufrimientos de la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo. Y así aunque vivimos, estamos siempre enfrentando a la muerte por causa de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal" (2 Co 4:10-11).

¿Amas a Jesús? ¿Crees que Él ha resucitado de entre los muertos? ¿Crees que Él te resucitará? ¿Lo amas lo suficiente como para morir por Él? Vivimos preparándonos para morir, pues morir es el evento más importante y la gloriosa coronación de nuestras vidas. Vive y ama morir y resucitar.

Rescripto:  †Reverendísimo Joseph R. Binzer, Obispo auxiliar y Vicario general de la Arquidiócesis de Cincinnati, 1 de abril de 2015

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