Jesús no quiere que los esposos estén separados. También se indignó aquella vez en que sus discípulos espantaron a unos niños que le rodeaban (Mc 10:14). Es más, Jesús no quiere que los padres se separen de sus hijos. Que ni las horas extras, el estilo de vida, la guardería, las actividades extracurriculares, la escuela u otras responsabilidades separen lo que Dios ha unido. Además, Jesús no quiere que los miembros de una familia se separen por la televisión, exceso de trabajo, malentendidos en la comunicación y estilos de vida independientes. Incluso Jesús se opone a que se separen los cristianos de sus enemigos (ver Mt 13:30).

El Señor no quiere relaciones sexuales fuera del matrimonio. Además, Jesús, el Autor de la Vida (Hch 3:15), no quiere que la anticoncepción o la esterilización cieguen las fuentes de la vida. No quiere que el matrimonio se separe de la crianza de los hijos, ni que ésta crianza se separe de convertir a esos hijos en discípulos de Jesús. El Señor aborrece la separación de un ser humano recién creado del vientre de su madre, es decir, que nadie separe al bebé de su madre por el aborto.

Finalmente, que nadie separe a los cristianos unos de otros. El Señor nos ha unido a ÉL y a unos con otros en el Bautismo (1 Co 12:13). Somos hermanos y hermanas en Él. Debemos vivir en comunidad cristiana real y no en el aislamiento mundano y en el individualismo. Que nada separe lo que Dios ha unido.

Rescripto:  †Reverendísimo Joseph R. Binzer, Obispo auxiliar y Vicario general de la Arquidiócesis de Cincinnati, 15 de junio de 2015.

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