Todos los seres humanos son concebidos y nacidos como prisioneros de guerra. Somos creados prisioneros "de la ley del pecado" en nuestros miembros (Rom 7:23). "De esta manera" nosotros "venimos a descubrir esta ley: queriendo hacer el bien, se me presenta el mal" (Rom 7:21). Es desdichado tener una guerra dentro de nosotros, ser prisioneros en esa guerra y no tener el poder de hacer el bien que queremos (Rom 7:18), y continuamente hacer daño a las personas que amamos. Cuando llegamos a conocernos a nosotros mismos y a la naturaleza humana, exclamamos: "¡Ay de mí! ¿Quién podrá librarme de este cuerpo que me lleva a la muerte?" (Rom 7:24) ¿Quién puede salvarnos? ¿Será que nunca vamos a conocer algo que no sea la derrota, la esclavitud, el odio, la perdición y la desesperación? Sin embargo, hay esperanza. Nuestra única esperanza es Jesús, Quién hizo cautiva nuestra cautividad (ver Ef 4:8).

Agradezcamos constantemente a Jesús por salvarnos del cautiverio y de la esclavitud. Si no es por Jesús, seríamos usados y abusados por el maligno. Sin el amor liberador de Jesús, nos sentiríamos "sucios", llenos de odio y nos destruiríamos. Sin Jesús, nuestro pasado sería horrible, nuestro presente peor y nuestro futuro un abominable infierno para siempre. Sin Jesús, nada podemos hacer (Jn 15:5). Con Jesús, tenemos esperanza, libertad, amor y felicidad para siempre. "Ya no hay condenación para aquellos que viven unidos a Cristo Jesús" (Rom 8:1). Da gracias y tu vida a Jesús.

Rescripto:  †Reverendísimo Joseph R. Binzer, Obispo auxiliar y Vicario general de la Arquidiócesis de Cincinnati, 15 de junio de 2015.

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