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"Él hizo todas las cosas apropiadas a su tiempo, pero también puso en el corazón del hombre el sentido del tiempo" (Eclesiastés 3:11).
¿Haz querido alguna vez detener el reloj, retrazar las manecillas o adelantarlas? Cuando no vas a llegar a tiempo, ¡qué bueno sería retrasar dos horas, o al menos detener el reloj un instante! Tu estás perdiendo el partido por dos tantos, cuando solo falta un minuto del cuarto tiempo. ¡Qué tal que tu pudieras atrasar el reloj ha faltando un minuto del tercer cuarto! Entonces, podrías tener una oportunidad. Tus hijos tienen dieciséis y catorce años. Son rebeldes y distantes de ti. Tú desearía haber pasado mucho más tiempo con ellos a través de los años, pero tú no puede retrasar el reloj. Tienes seis años estresantes en el trabajo antes de retirarte. ¡Qué bueno sería que pudieras adelantar el reloj! Sin embargo, el tiempo es implacable y despiadado. No podemos detenerlo, retrasarlo o acelerarlo. Cuando llega la hora, sucederán algunas cosas, pero hasta entonces, no podemos hacer nada al respecto.
Sin embargo, Jesús es Señor del tiempo. Él puede devolver el reloj, para que podamos recibir la gracia salvadora de Su muerte y resurrección. El tiempo de la llegada final de Jesús, y el fin de los tiempos puede ser "acelerado" por nuestras vidas de santidad (ver 2 Pe 3:12). Entonces, el reloj se detendrá para siempre. El tiempo pasará. Aquellos que no aceptaron a Jesús como Señor de su tiempo y vidas "irán al castigo eterno, y los justos a la Vida eterna" (Mt 25:46; ver también Rom 2:6-8; 2 Tes 1:9). Así, la eternidad (sin tiempo) liberará a aquellos en Jesús de la tiranía del tiempo, e impondrá incluso una peor tiranía la de la fatalidad, para aquellos que no se entregaron a Cristo. Es tiempo para llegar a Jesús.
Oración: Padre, que pueda usar el tiempo presente para prepararme a la ausencia de tiempo en la eternidad.
Promesa: "Él les preguntó: '¿Quién dicen que soy yo?' Pedro tomando la palabra, respondió: 'Tú eres el Mesías de Dios' " (Lc 9:20).
Alabanza: Los santos Cosme y Damián, hermanos y médicos, imitaban a Jesús, el Médico Divino (Lc 4:23), viajando por todos lugares, curando a las personas gratuitamente y convirtiéndolas para que creyeran en el Señor.
Rescripto: †Reverendísimo Joseph R. Binzer, Obispo auxiliar y Vicario general de la Arquidiócesis de Cincinnati, 23 de abril de 2014
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