transformar lo fuerte e inteligente
"Ahora crees porque me has visto" (Juan 20:29).
La conversión de Tomás puede haber sido uno de los milagros más grandes de Jesús ―no porque Tomás fuese débil, sino porque era muy fuerte. Las personas débiles casi siempre se ven forzadas a concluir que necesitan ayuda ―incluso, el apoyo de Dios, en tanto que las personas fuertes se ven severamente tentadas a confiar en ellas mismas. En nuestra debilidad, el poder de Dios puede alcanzar la perfección (2 Cor 12:9). En nuestra fortaleza, el poder de Dios puede parecer innecesario.
Tomás era probablemente una persona fuerte. Estaba ausente cuando Jesús resucitado se apareció a los otros apóstoles, quienes estaban encerrados en un cuarto por miedo (Jn 20:24, 19). Es decir, Tomás no estaba encerrado. También, cuando Jesús fue a Betania a resucitar a Lázaro, Tomás audazmente, dijo a los otros apóstoles: "Vayamos también nosotros a morir con él" (Jn 11:16). Probablemente, Tomás era más valiente, libre e intrépido que los demás.
La conversión de Tomás fue un gran milagro ―no porque fuera ingenuo, sino porque era muy inteligente. Las personas ingenuas encuentran difícil mantener la pretensión de que ellos saben lo que hacen. Las personas inteligentes pueden concluir que lo que ellos saben es suficiente. Así pues, mucho del plan de Dios está "oculto a los sabios y prudentes" (Lc 10:21).
Probablemente, Tomás era un hombre inteligente. Tenía suficiente sentido común para hacerla una aguda pregunta, que le permitió a Jesús llamarse "el Camino, la Verdad y la Vida" (Jn 14:6). Incluso, cuando Tomás habló de comprobar las heridas de Jesús (Jn 20:25), igualmente, estaba invocando lo que llamamos el "método científico" de recolección de datos.
Jesús transformó a Tomás a pesar de la tendencia de éste a caer en la tentación de la autosuficiencia y el orgullo intelectual. Cuando Jesús convirtió a Tomás, demostró que puede transformar a cualquiera. Existe esperanza para que todos sean salvos (1 Tim 2:4).
Oración: Señor Dios, ayúdame a confiar en Ti con todo mi corazón y a no confiar en mi propia inteligencia (ver Prov 3:5).
Promesa: "En él, también ustedes son incorporados al edificio" (Ef 2:22).
Alabanza: "¡Señor mío y Dios mío!" (Jn 20:28)
Rescripto: †Reverendísimo Joseph R. Binzer, Obispo auxiliar y Vicario general de la Arquidiócesis de Cincinnati, 1 de abril de 2014
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