En su visión celestial, Juan oye al anciano anunciar la entrada del "León de la tribu de Judá" (Ap 5:5), que ha triunfado. Cuando Juan busca al León, en su lugar ve "un Cordero que parecía haber sido inmolado: estaba de pie" (Ap 5:6).

Jesús tiene la fuerza de un León; El "ruge desde lo alto" (Jer 25:30; también ver Am 3:8; Os 11:10). Sin embargo, su fuerza es también la fuerza del amor, que se muestra por la mansedumbre del cordero. El cordero es una víctima sacrificial, que fue inmolada y Él triunfa más por su sangre derramada que por su rugido.

El pueblo elegido esperaba que el Mesías fuera un "León-Rey" (ver Gn 49:9-10). Este León-Mesías sería un guerrero, que derrotaría a sus enemigos y los sometería (Gn 49:9). Ni siquiera la revelación profética pudo preparar a los israelitas para entender un Mesías que era "como un cordero llevado al matadero" (Is 53:7).

Isaías profetizó que el León y el Cordero estarían unidos (Is 11:6-7). En la persona de Jesús, el León y el Cordero, el poder impresionante y el amor sacrificial están unidos. En Jesús, León y Rey, se da la unión de la fuerza invencible y de la dignidad real.

En tres días, celebramos la gran fiesta de Cristo Rey. Al adorar a nuestro Rey, ten presente la visión celestial del León de Judá (Ap 5:5), Quién es a la vez Rey de Reyes y Cordero de Dios. "A Él sea la gloria eternamente" (Rom 11:36).

Rescripto:  †Reverendísimo Joseph R. Binzer, Obispo auxiliar y Vicario general de la Arquidiócesis de Cincinnati, 3 de junio de 2014

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