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"Porque todo el que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado" (Lucas 14,11).
Después de que nos humillamos, el Señor nos ensalza. Entonces, después de que Él nos ensalza, debemos humillarnos aún más (Eclo 3:18). El Señor, entonces, nos vuelve a ensalzar y nos humillamos de nuevo, etc. Esta humillación y exaltación deberían acompañarnos a lo largo de toda la vida a medida que el Señor nos transforma "a su propia imagen en un esplendor cada vez más glorioso, por la acción del Señor, que es Espíritu (2Cor 3:18).
Una y otra vez nos vemos tentados a detener la exaltación de Dios cuando nos rehusamos a tomar el lugar más bajo (Lc 14,10), a compartir nuestro alimento con los pobres y necesitados (Lc 14,13). Cada uno está llamado a "ponerse a la altura de los más humildes" (Rom12,16), a perdonar a nuestros enemigos, a confesar nuestros pecados y en ocasiones hasta parecer tontos por Cristo (Cfr.1Cor 4,10). Cosas como lavar los pies de nuestros hermanos y hermanas (Cfr. Jn 13,14), ser perseguido por proclamar el Evangelio y aceptar llevar la cruz diariamente (Lc 9,23) etc. El Señor quiere ensalzarnos, pero debemos dejar que sea el Señor quien lo haga. Es por eso que debemos arrepentirnos y ser humildes, de manera que Dios nos exaltará.
Oración: Padre, que acepte la humillación confiado en que Tú me ensalzarás.
Promesa: "¡Feliz de ti, porque ellos no tienen cómo retribuirte y así tendrás tu recompensa en la resurrección de los justos!" (Lc 14,14).
Alabanza: Alaba a Jesús resucitado quien es manso y humilde de corazón. ¡Aleluya!
Rescripto: †Reverendísimo Joseph R. Binzer, Obispo auxiliar y Vicario general de la Arquidiócesis de Cincinnati, 5 de mayo de 2013
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