En la lectura eucarística de hoy, los grandes líderes del pueblo de Dios se convierten en obstáculos para la obra de Dios, mismo al hacer grandes obras por él. Moisés golpeó la roca y trajo agua para miles de personas, más lo hizo de manera en que permitió desbordar su propia amargura y frustración con el pueblo rebelde. Por eso "él no supo medir sus palabras" (Sal 106,33) y faltó mostrar la santidad de Dios a su pueblo (Num 20,12). Pedro enunció la maravillosa verdad de que Jesús era el Mesías, el hijo del Dios vivo (Mt 16,16). Aún así, poco después, Pedro intentó desviar a Jesús del plan de su Padre y se convirtió en un obstáculo (Mt 16,23).

Jesús nos llama a hacer grandes cosas (Jn 14,12) y a reflejar su santidad, su bondad, su misericordia (Num 20,12). Por ejemplo, un padre al disciplinar a su hijo debe hacerlo de tal manera que el niño vea el amor de Dios y no la frustración del padre. "Traten más bien de no poner delante de su hermano nada que lo haga tropezar o caer" (Rom 14,13). Por eso, "hemos soportado todo para no poner obstáculo a la Buena Noticia de Cristo" (1Cor 9,12).

Satanás y sus demonios constantemente tratan de poner una carrera de obstáculos delante del pueblo de Dios. Sin embargo, Dios nos autoriza a aplanar ese trayecto, diciendo, "¡Abran paso, abran paso, preparen un camino, quiten los obstáculos del camino de mi Pueblo!" (Is 57,14). "Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos" (Lc 3,4).

Rescripto:  †Reverendísimo Joseph R. Binzer, Obispo auxiliar y Vicario general de la Arquidiócesis de Cincinnati, 5 de mayo de 2013

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