"Los Israelitas ofendieron al Señor" (Jue 2,11). Se persistió en el pecado y eventualmente empezaron a recibir el sueldo del pecado (Rm 6,23). El Señor "les dejo caer en poder de sus enemigos sobre los cuales ya no eran capaces de soportar a lo que se comprometieron, el Señor se convirtió en un desastre para ellos"(Jue 2,14-15). En sus aflicciones, el pueblo clamó al Señor y él tuvo lástima de ellos. Envío los "jueces" para conducirlos al arrepentimiento; pero no fue suficiente. "Pero cuando moría el juez, volvían a pervertirse más aún que sus antepasados" (Jue 2,19). Eventualmente, la nación así se convirtió en una nación tan pervertida que sacrificaron a sus hijos e hijas a los demonios (Sal 106,37).

Asimismo, se han deteriorado las normas morales de nuestra sociedad e incluso de algunos miembros de nuestra Iglesia. Hemos pecado, nos hemos arrepentido, pecado y nos hemos arrepentido, pero hemos cometidos muchos más pecados que arrepentimiento. Además incrementamos gravemente nuestros pecados, cuando nos arrepentimos superficialmente. Al no arrepentirnos, corremos el riesgo de acostumbrarnos al pecado. Es vital arrepentirse con una sinceridad, con deseos de confesarnos por lo menos mensualmente y de pedir al Espíritu Santo que nos revele nuestros pecados (Cfr. Jn 16,8). De lo contrario, las perversiones de hoy serán eventos ordinarios del mañana.

Rescripto:  †Reverendísimo Joseph R. Binzer, Obispo auxiliar y Vicario general de la Arquidiócesis de Cincinnati, 5 de mayo de 2013

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