Jesús transformó la relación entre marido y mujer cuando dijo que las provisiones bíblicas para el divorcio ya no eran necesarias (Mt 19:6, Dt 24:1-4). Transformó la maternidad cuando ordenó a Su madre María que fuera madre de todos Sus discípulos (Jn 19:26-27). Jesús transformó el significado de paternidad y filiación tanto de hijo como de hija cuando nos dijo que llamáramos a Dios nuestro Abba, es decir, Padre (Mt 6:9). Esto nos hizo hermanos y hermanas de Jesús y de cada uno. Jesús dijo: "El que hace la voluntad de mi Padre que está en el cielo, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre" (Mt 12:50).

Cuando fuimos bautizados en Jesús, fuimos bautizados en una hermandad, hijos e hijas, radicalmente transformada. Pablo habló de aquellos que iban "diciéndose hermanos" (1 Co 5:11). Las hermanas y los hermanos en Cristo son reconocidos como llamados especiales y ensalzados. Pablo también habló de "falsos hermanos que se habían infiltrado" (Gal 2:4). Esto implica que la hermandad de hijos e hijas en Cristo es tan valiosa como para querer poseer estos títulos. Si vamos a adueñarnos de verdad del título de hermano o hermana, debemos dar nuestra vida por nuestros hermanos y hermanas (1 Jn 3:16).

Considera la hermandad de hijos e hijas en Cristo un gran honor. Para merecer este honor, da tu vida en amor por tus hermanos y hermanas.

Rescripto:  †Reverendísimo Joseph R. Binzer, Obispo auxiliar y Vicario general de la Arquidiócesis de Cincinnati, 28 de diciembre de 2017.

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