Hoy es día de corte de cabello. El delantal que uso mientras me siento en la silla de la peluquería está cubierta de pequeños cabellos blancos. Cuando el corte se termina, el barbero quita el delantal y lo sacude, dispersando esos cabellos por todo el piso. Luego, barre el piso y bota mi cabello cortado en el basurero. Dios ha contado todos los cabellos de mi cabeza (Mt 10:30), incluso aquellos que son de menor importancia y son tirados a la basura.

Jesús hizo que sus discípulos recogieran los panes y pescados sobrantes y los colocaran en doce cestas de mimbre (Mc 6:43). Nada era insignificante para Jesús.

Como el Papa Francisco usualmente dice, vivimos en una cultura de usar y tirar. La sociedad secular trata muchas cosas como desechables y no dignas de consideración: bebés abortados (excepto sus partes del cuerpo), las personas de edad que están más allá de la edad de la productividad, lo poco rentable. Sin embargo, Jesús enseñó que "todos, en efecto, viven para él" (Lc 20:38).

Jesús recicla las personas que han sido descartadas (ver 2 Co 5:17). Él fertiliza a los que no dan frutos, una y otra vez y derrama su gracia continuamente sobre ellos, aunque otros los tomen como desperdicio (ver Lc 13:7-9). Nuestra basura es el tesoro de Jesús. Jesús toma a los menos queridos, los sana y perdona, restaura sus almas (Sal 23:3), y crea una obra de arte de sus vidas.

Incluso, si has desperdiciado tu vida, entrégate a Jesús ahora mismo. Nada es imposible (ver Lc 1:37) para el Dios que atesora cada cabello de tu cabeza y se rehúsa a descartarte.

Rescripto:  †Reverendísimo Joseph R. Binzer, Obispo auxiliar y Vicario general de la Arquidiócesis de Cincinnati, 3 de marzo de 2017.

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