El Espíritu Santo, siendo Dios, es paradójico. El Espíritu Santo nos da luz para ver lo que nunca antes hemos visto. Podemos ver hacia el futuro, recibir indicios sobre el pasado, y reconocer en el presente grandes oportunidades, que nunca antes hemos notado. Al mismo tiempo, nuestras vidas en el Espíritu Santo a menudo nos pone en la posición en la que no tenemos idea de lo que nos va a suceder (ver Hch 20:22). Vemos mucho más, pero también vemos que nuestro "mucho más" no es nada en comparación con la cegadora luz del misterio de Dios.

En el Espíritu Santo, no solo recibimos la luz sino la vida — vida abundante (ver Jn 10:10). El Espíritu nos hace más vivos que nunca antes. Paradójicamente, sin embargo, recibimos esta vida plena muriendo a nosotros mismos. Continuamente "llevamos en nuestro cuerpo los sufrimientos de la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo" (2 Co 4:10). Tenemos la vida en el Espíritu solo porque tenemos la muerte en el Espíritu.

Los seres humanos naturalmente temen a las paradojas. Por lo tanto, tenemos miedo a los misterios y al Espíritu Santo. Pero el Señor nos ordena repetidamente a no temer y nos honra consecuentemente. Jesús dijo: "No temas, basta que creas" (Mc 5:36). ¡Ven, Espíritu Santo!

Rescripto:  †Reverendísimo Joseph R. Binzer, Obispo auxiliar y Vicario general de la Arquidiócesis de Cincinnati, 28 de deciembre de 2016.

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