un mundo de hombres y mujeres irritados
"Pero yo les digo que todo aquel que se irrita contra su hermano, merece ser condenado por un tribunal" (Mateo 5:22).
Aunque existe la ira justa, la mayoría de las gentes no se enojan justamente, se enojan pecaminosamente. Por la gracia de Dios, debemos arrepentirnos de la ira inmediatamente, o mereceremos "ser condenados por un tribunal" y arriesgar "la Gehena de fuego" (Mt 5:22). Hasta que no nos arrepintamos de la ira, no podemos rendir culto y hacer oración (Mt 5:23-24). En la ira, dejamos de comunicarnos con Dios, lo cual hace que nuestra fe se erosione y nuestro amor disminuya. Con ira, nuestros "signos vitales" espirituales empiezan a fallar. Caemos en serios problemas. Por lo tanto, el Señor nos advierte: no "permitan que la noche los sorprenda enojados, dando así ocasión al demonio" (Ef 4:26-27).
"No entristezcan al Espíritu Santo de Dios, que los ha marcado con un sello para el día de la redención. Eviten la amargura, los arrebatos, la ira, los gritos, los insultos y toda clase de maldad. Por el contrario, sean mutuamente buenos y compasivos, perdonándose los unos a los otros como Dios los ha perdonado en Cristo" (Ef 4:30-32). "Tengan bien presente, hermanos muy queridos, que debemos estar muy dispuestos a escuchar y ser lentos para hablar y para enojarnos. La ira del hombre nunca realiza la justicia de Dios" (Stg 1:19-20).
Oración: Padre, purifica mi corazón. Elimina las causas de la ira en mí.
Promesa: "Y cuando el malvado se aparta del mal que ha cometido, para practicar el derecho y la justicia, él mismo preserva su vida. Él ha abierto los ojos y se ha convertido de todas las ofensas que había cometido: por eso, seguramente vivirá, y no morirá" (Ez 18:27-28).
Alabanza: En lugar de enojarse con las noticias del día, Miguel ahora reza las noticias.
Rescripto: †Reverendísimo Joseph R. Binzer, Obispo auxiliar y Vicario general de la Arquidiócesis de Cincinnati, 30 de noviembre de 2016.
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