Vivimos en un mundo de relaciones humanas destruidas y sufridas. Pocos de nosotros estamos al margen de los efectos del divorcio generalizado, la soledad, la infidelidad, la traición, la venganza, de puñaladas por la espalda, el chisme, la calumnia y otros problemas derivados de las relaciones interpersonales. Los afortunados que tienen algunas amistades profundas con hermanos y hermanas cristianos todavía a veces sufren la picadura de un rechazo, una decepción o del oído sordo incluso de los amigos más cercanos.

Podemos sufrir en nuestras relaciones hasta el punto en que nos vemos tentados a pensar: "El Señor me abandonó; mi Señor se ha olvidado de mí" (Is 49:14). El Señor responde: "¿Se olvida una madre de su criatura, no se compadece del hijo de sus entrañas? ¡Pero aunque ella se olvide, yo no te olvidaré!" (Is 49:15) Dios ha dicho: "'No te dejaré ni te abandonaré' "(Heb 13:5).

Jesús nos ama a cada uno personalmente, individualmente, de forma única. Jesús en su misericordia incluso se convirtió en un ser humano como nosotros, para que podamos relacionarnos con Él más íntimamente. Él nunca nos rechazará (Jn 6:37). Nos llama amigos (Jn 15:15). Jesús es "Emmanuel", que significa "Dios está con nosotros" (Mt 1:23). Jesús nos asegura: "Yo estaré siempre con ustedes" (Mt 28:20). "Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?" (Rom 8:31)

Rescripto:  †Reverendísimo Joseph R. Binzer, Obispo auxiliar y Vicario general de la Arquidiócesis de Cincinnati, 30 de noviembre de 2016.

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