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Jueves, 7 de marzo de 2013

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Ss. Perpetua y Felicidad


Jeremías 7:23-28
Salmo 95:1-2, 6-9
Lucas 11:14-23

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el milagro del arrepentimiento

"Desde el día en que sus padres salieron de Egipto hasta el día de hoy, yo les envié a todos mis servidores los profetas, los envié incansablemente, día tras día. Pero ellos no me escucharon…" (Jeremías 7:25-26).

El Señor incansablemente envió profetas a los israelitas por varios siglos. Sin embargo, generación tras generación, ellos se negaron a escucharle y arrepentirse. Es más, generaciones siguientes se portaron aún peor que sus padres (Jer 7:26). La situación se empeoró tanto que la palabra "verdad" fue arrancada de sus bocas. (Jer 7:28).

Asimismo, tiempos donde el pecado es parte de cada generación. En algunas áreas, es posible vivir sin obedecer al Señor por siglos. Quizás no conozcamos a alguien penitente. Puede que, por varios siglos, nadie tuviera conciencia o deseo de arrepentirse de ciertos pecados. Tal es la ceguera de nuestra cultura que incluso podemos considerar equivocado el arrepentirse algunos de ellos.

Por lo tanto, arrepentirnos de nuestros pecados, especialmente el pecado generacional, es verdaderamente milagroso. Sólo por la gracia de Dios llegamos a reconocer la necesidad de arrepentirnos. Es sólo por la intervención de Dios que llegamos a arrepentirnos de cualquier pecado. El deseo de arrepentirse no es algo natural para los seres humanos. Tuvo Dios que convertirse en ser humano y morir en la Cruz para que esto fuera posible. Así, podemos ver por qué hay más alegría en el cielo por un solo pecador que se arrepiente que por noventa y nueve personas justas (Lc 15:7). El arrepentimiento es un milagro así de grande. ¡Llegó el momento de arrepentirse!

Oración:  Padre, que pueda ir a la confesión y vivir sobrenaturalmente.

Promesa:  "Si yo expulso a los demonios con la fuerza del dedo de Dios, quiere decir que el Reino de Dios ha llegado a ustedes" (Lc 11:20).

Alabanza:  Santas Perpetua y Felicidad fueron dos mujeres que fueron detenidas, mientras lactaban a sus bebés, por ser cristianas. Ellas se negaron a ser intimidadas (Mt 10:26) ni a negar a Jesús cuando las amenazaron con quitarles sus niños. Dios fue fiel al testimonio de ambas y facilitó que los pequeños estuvieran seguros antes de que ellas fueran martirizadas.

Referencia:  (Esta enseñanza fue presentada por un miembro de nuestro equipo editorial)

Rescripto:  †Reverendísimo Joseph R. Binzer, Obispo auxiliar y Vicario general de la Arquidiócesis de Cincinnati, 27 de septiembre de 2012

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